Piedad, simpatía,

Piedad, simpatía,

Piedad, simpatía,

empatía, amor

empatía, amor

empatía, amor

y compasión

y compasión

y compasión

Guillermo Eduardo Aréchiga Ornelas

Guillermo Eduardo
Aréchiga Ornelas

Guillermo Eduardo Aréchiga Ornelas

¿Qué es la empatía?

¿Qué es la empatía?

Previo a contestar esta pregunta, habré de aclarar que en un principio se ha propuesto que este documento diferencie entre espiritualidad y religión, y que, con base en estas diferencias, se puedan definir de una manera profunda y por demás objetiva cada una de las virtudes que se intitulan en este apartado, ya que, sin ellas, el concepto de espiritualidad desde nuestro punto de vista estará lejano de poderse describir y, por ende, de practicar. Y es que no hay una espiritualidad negativa o espiritualidad positiva, lo que sí existe es una creencia sobre espíritus positivos o espíritus negativos, pero de igual manera se hacen presentes estos elementos de adherencia para poder darle sentido a nuestras vidas basados en un concepto espiritual, empático, bondadoso y compasivo. La empatía es un término empleado cada vez con más frecuencia, tanto por los científicos como en el habla corriente. La palabra empatía es una traducción de la palabra alemana Einfühlung, que remite a “la capacidad de sentir al otro desde el interior”; fue utilizada por primera vez por el psicólogo alemán Robert Vischer en 1873 para designar la proyección mental de uno mismo en un objeto exterior al cual uno se asocia subjetivamente.

El término inglés empathy fue utilizado a principios del siglo XX para traducir Einfühlung por el psicólogo Edward Titchener. El filósofo Theodor Lipps extendió luego la noción para describir el sentimiento de un artista que se proyecta por su imaginación no solamente en un objeto inanimado, sino también en la experiencia vivida de otra persona, y propuso el siguiente ejemplo para ilustrar el sentido de este vocablo: participamos intensamente en la caminata de un equilibrista por una cuerda rígida. No podemos evitar entrar en su cuerpo y dar mentalmente cada paso con él. Además, añadimos a eso sensaciones de inquietud y vértigo de las que el equilibrista está felizmente exento (Lipps, 1903).

La empatía puede desencadenarse por una percepción afectiva de los sentidos por el otro o por la imaginación cognitiva de lo que vivió. En ambos casos, la persona hace una clara distinción entre lo que ha sentido ella misma y lo del otro, a diferencia del contagio emocional, durante el cual esa diferenciación es más borrosa (Ekman, 2009). La empatía afectiva se produce, pues, espontáneamente cuando entramos en resonancia con la situación y los sentimientos de otra persona, con las emociones que se manifiestan en las expresiones de su rostro, su mirada, su tono de voz y su comportamiento. La dimensión cognitiva de la empatía nace al evocar mentalmente una experiencia vivida por otra persona, ya sea imaginando lo que siente y la manera como su experiencia la afecta, o imaginando lo que nosotros sentiríamos en su lugar. La empatía puede conducir a una motivación altruista, pero también puede —cuando se ve enfrentada a los sufrimientos de otro— generar un sentimiento de desamparo y de evitación que incita a replegarse en sí mismo o a apartarse de los sufrimientos de los que se es testigo (Lipps, 1903).

La empatía afectiva consiste en entrar en resonancia con los sentimientos del otro, tanto la alegría como el sufrimiento, y en ocasiones es inevitable mezclar nuestras propias emociones y proyecciones mentales con la representación de los sentimientos del otro, sin que se puedan distinguir unos de otros. Para el eminente psicólogo especialista en emociones Paul Ekman, esta toma de conciencia empática se desarrolla en dos etapas: empezamos por reconocer lo que el otro siente, luego entramos en resonancia con sus sentimientos (Ekman, 2009). La evolución nos proporcionó la capacidad de leer las emociones de otro en las expresiones de su rostro, según su tono de voz y su postura física (Darwin, 1877). No obstante, este proceso es deformado por nuestras propias emociones y nuestros prejuicios, que actúan como filtros. Ekman distingue dos tipos de resonancia afectiva. La primera es la resonancia convergente: yo sufro cuando usted sufre, monto en cólera cuando lo veo encolerizado (Ibid.).

empatía y Simpatía

empatía y Simpatía

La palabra simpatía ha conservado su sentido etimológico, que proviene del griego sympatheia “afinidad natural”; es interesante que esta misma palabra significa interdependencia mutua. La simpatía no se abre al otro y reduce las barreras que nos separan de él. Por ejemplo, cuando decimos “cuenta usted con toda mi simpatía”, significa que comprendemos las dificultades con las que se encuentra esa persona. Aunque algunos otros estudiosos como Nancy Eisenberg —pionera en el estudio del altruismo— definen más precisamente la simpatía como la solicitud o la compasión hacia otra persona, sentimiento que nos lleva a desear que sea feliz o que su destino mejore. Según esta autora, empezamos por sentir una resonancia emocional generalmente asociada a una resonancia cognitiva que nos lleva a tener en cuenta la situación y el punto de vista del otro. La totalidad de este proceso conlleva una reacción frente al destino del otro. Según los casos, una reacción de aversión o de evitación conducirán a la simpatía y a los comportamientos sociales altruistas, o bien al desánimo egocéntrico, que se traducirá ya sea en un comportamiento de evitación o en una reacción egoísta prosocial que nos impulsa a ayudar, sobre todo para calmar nuestra ansiedad. El primatólogo Frans de Waal considera la simpatía como una forma activa de la empatía: “La empatía es el proceso por el cual reunimos informaciones sobre otra persona. La simpatía, en cambio, refleja el hecho de sentirnos interesados por el otro y el deseo de mejorar su situación” (De Waal, 2010).

Es necesario sentir lo que el otro siente para manifestar altruismo hacia él?

Es necesario sentir lo que el otro siente para manifestar altruismo hacia él?

No es absolutamente indispensable que yo sienta lo que el otro sienta. Puedo sentir un profundo y poderoso sentimiento de compasión y de amor por alguien que esté severamente enfermo, aun cuando esa persona no lo sepa ni sufra físicamente, y tampoco se trata de sentir lo que ella siente, pues aún no está sufriendo. Imaginar lo que otro siente entrando en resonancia afectiva con él puede despertar en mí una compasión más intensa y una solicitud empática más activa, pues habré tomado conciencia claramente de sus necesidades por mi experiencia personal. La ausencia de la capacidad de sentir lo que el otro siente o la indiferencia que se muestra ante el destino de otros, se denomina psicopatía.

Jean-Jacques Rousseau señalaba: “El rico apenas tiene compasión por el pobre porque no se puede imaginarse pobre”. Cuando percibimos el sufrimiento del otro de manera palpable, la cuestión ya no se plantea: yo le concedo valor espontáneamente y me siento interesado por su destino. Erich María Remarque describe en su novela Sin novedad en el frente, inspirada en sus propias experiencias, los sentimientos de un joven soldado alemán que acaba de matar a un enemigo con sus propias manos y se dirige a él:


Tú no has sido para mí sino una idea, una combinación surgida de mi cerebro y que ha suscitado en mí una resolución. Es esa combinación la que yo he apuñalado. Ahora caigo en a cuenta por primera vez de que eres un hombre como yo. Había pensado en tus granadas, en tu bayoneta y en tus armas. Ahora es tu mujer a la que veo, así como tu cara y lo que hay de común en nosotros. Perdóname camarada. Siempre vemos las cosas demasiado tarde. ¿Por qué no nos dicen sin cesar que vosotros también sois unos pobres perros como nosotros, que vuestras madres se atormentan como las nuestras y que todos tenemos el mismo miedo de la muerte, la misma manera de morir y los mismos sufrimientos? Perdóname camarada. ¿Cómo has podido ser mi enemigo? (Remarque, 1923).

Jean-Jacques Rousseau señalaba: “El rico apenas tiene compasión por el pobre porque no se puede imaginarse pobre”. Cuando percibimos el sufrimiento del otro de manera palpable, la cuestión ya no se plantea: yo le concedo valor espontáneamente y me siento interesado por su destino. Erich María Remarque describe en su novela Sin novedad en el frente, inspirada en sus propias experiencias, los sentimientos de un joven soldado alemán que acaba de matar a un enemigo con sus propias manos y se dirige a él:

Tú no has sido para mí sino una idea, una combinación surgida de mi cerebro y que ha suscitado en mí una resolución. Es esa combinación la que yo he apuñalado. Ahora caigo en a cuenta por primera vez de que eres un hombre como yo. Había pensado en tus granadas, en tu bayoneta y en tus armas. Ahora es tu mujer a la que veo, así como tu cara y lo que hay de común en nosotros. Perdóname camarada. Siempre vemos las cosas demasiado tarde. ¿Por qué no nos dicen sin cesar que vosotros también sois unos pobres perros como nosotros, que vuestras madres se atormentan como las nuestras y que todos tenemos el mismo miedo de la muerte, la misma manera de morir y los mismos sufrimientos? Perdóname camarada. ¿Cómo has podido ser mi enemigo? (Remarque, 1923).

Esta ha sido una lectura selecta del libro titulado:

Espiritualidad en cuidados paliativos

Espiritualidad en cuidados paliativos

Espiritualidad en cuidados paliativos

Textos adaptados a Scrollytelling, diseño y generación de imágenes por el ilustrador: Yazz Casillas